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El género en las organizaciones (Carmen Rodríguez Sumaza)

Estamos acostumbrados a imaginar y a estudiar las organizaciones como sistemas sociales en los que conjuntos de individuos, conformando entramados más o menos complejos de relaciones que cristalizan en una estructura diversa de estatus, asumen roles y funciones que, debidamente integradas, permiten la consecución de objetivos imposibles de lograr a título particular. Así, a modo de gran organismo, entendemos que los miembros de las organizaciones son seres que contribuyen con sus trabajos y sus esfuerzos al desarrollo de la organización, vivenciando en el proceso experiencias que, al vivirse en primera persona, marcan también su desarrollo personal.

Estamos mucho menos habituados, eso sí, a pensar que esos sujetos son hombres y mujeres y que sus actividades y tanto las relaciones y las interacciones que se programan como las que surgen de manera espontánea en el seno de las organizaciones, están extraordinariamente afectadas por los valores predominantes en la cultura de la sociedad en la que éstas se ubican, por las concepciones vigentes acerca del papel y del valor de hombres y mujeres, en definitiva, por las desigualdades de género existentes.



No es casualidad, por lo que respecta a las organizaciones laborales, la desigual presencia de hombres y mujeres en los ámbitos productivo y reproductivo, en los trabajos remunerados y no remunerados, en unos y otros empleos, en unas y otras categorías profesionales, en puestos con mayor o menor poder, liderazgo, capacidad de decisión, retribución, etc. ¿Por qué entonces seguimos mayoritariamente hablando y escribiendo sobre lo que ocurre en las organizaciones en términos genéricamente neutros (los trabajadores, los voluntarios, los directivos, los puestos, las tareas, las funciones, los procesos, los valores, etc.) cuando nada de lo que ocurre en su seno (y también fuera) es ajeno al generalmente desigual papel que desempeñan hombres y mujeres en ellas (y también fuera)?

Los modelos de organizaciones que siguen predominando en nuestras sociedades modernas, todavía altamente burocráticas y jerárquicas, producen y reproducen modelos de relaciones, sistemas normativos y valores limitantes y discriminatorios. La introducción del género como categoría analítica para el diagnóstico y análisis de las organizaciones es, sin duda, una estrategia que enriquece el análisis y permite comprender con mayor rigor y profundidad el universo de procesos que ocurren en su interior. Y también una herramienta muy potente para el cambio organizacional hacia otros modelos de organización basados en la equidad y la corresponsabilidad.

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