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Cuaderno de bitácora de una cuarentena (pensamientos en desorden)

Juan José Lacasta Reoyo





Día 16/3/20.

Se suspende la vida, la relación, el bullicio, la actividad. Se suspende la rutina con una rutina aplastante. Se instala el tiempo denso, placentero, viscoso. La cabeza se achocolata... Los pensamientos ágiles, profundos, paseantes, vinculados, sentidos, están en cuarentena. Las tareas domésticas te domestican y se extienden triturando minutos, horas, días. Días de estupor, de alarma, de estado de alarma entre cierta somnolencia. Contradicciones y contradicción: no se eriza el pelo para luchar o para huir; la salida está en la distracción o en el letargo. Las emociones son mar de fondo, con una capa de chapapote por encima. Es un tiempo denso muy extraño en el que cuatro aplausos cada tarde bastan para sacar lágrimas imprevistas. Lágrimas que asoman también cuando le preguntas a las dependientas del súper que cómo están y te dicen que cansadas pero bien, con una enorme sonrisa agradecida por interesarte por ellas.

La emoción se contiene por una autoimpuesta prescripción de sensatez y serenidad. Es el esfuerzo de normalizar lo antes posible esta situación sobrevenida que no es en absoluto normal. Por eso confino mis sentimientos a la nevera de la inconsciencia. Y por eso salen tan fácil y sin permiso en forma de ojos húmedos ante los datos o con un mero aplauso o con una acción solidaria sencilla o con una medida (de justicia) del gobierno a favor, por fin, de los que menos tienen y pueden.

Porque no es soportable, por mucho que lo soportemos, que se suspenda la vida, la expresión del afecto, el abrazo, el beso, la caricia, el saludo, con sonrisas impotentes tras las mascarillas.

Se suspende el ritmo. En seco. De repente, se aplazan la producción, el consumo y el crecimiento, por una vez, por un tiempo, no son prioritarios, pero lo que late debajo del asfalto es que esa es la verdadera prioridad: volver a la normalidad del crecimiento suicida/genocida. Más contradicción. Se quiebra ese frenético equilibrio inestable del fragor capitalista por un bichito que le da por destruir pulmones. La bolsa cae, cae, cae. El crudo cae, cae, cae. Entramos en recesión, estamos debajo de la negra sombra de la recesión más grande de toda la historia, y, a la par, brotan otros valores: la unidad, la imaginación, los aplausos, la solidaridad, incluso el humor y, sobre todo, la evidencia de lo que ese puto capitalismo ha deteriorado y querido destruir para su propio beneficio: lo público, la sanidad pública, lo comunitario, la protección social, los derechos humanos... Se suspende al menos temporalmente lo secundario que nos han vendido, y que hemos comprado, como primero durante tanto y tanto tiempo, porque no lo es. Los políticos depredadores, en estas circunstancias, cuanto más se esfuerzan por hacer notar su competición navajera para sacar ventaja de una situación crítica, más en segundo plano quedan, porque la enfermedad y la muerte, es decir la vida, se empeñan en ser antes.

Tenemos miedo. Y el miedo, si es mucho, nos hace actuar como gilipollas, como egoístas sin medida, sin razón, siendo capaces de morder por una lata de conservas o por un rollo de papel para el culo; pero la gente no es gilipollas: la mayoría de la gente, si sólo tiene un miedo razonable, razona, y entiende que el apoyo mutuo, que la ayuda, que la comunidad, que poner por delante lo que verdaderamente importa por encima de lo secundario, por encima de la ambición y de la estupidez, es imprescindible para sufrir los menores daños con dignidad y para salir con algo de esperanza en el futuro.

18/3/20

Aquí seguimos, en casa. En el ordenador, ordenando ideas y sensaciones. Son las 12 de la mañana. Oigo por la ventana el “Sobreviviré” de Mónica Naranjo, lejos, a buen volumen.

Es extraño el contraste de la calle muerta y la intuición de la vida que palpita en cada balcón y ventana de cada colmena. Emociones concentradas, sin ventilación. Rutinas improvisadas. Dominios y liderazgos formales e invisibles. Maltratos impunes. Juegos desempolvados. Maneras de quererse inexperimentadas. Mixturas de cariños y celos, de oportunidades para establecer vínculos o para cagarla para siempre.

20/3/20

La vida se nos estaba (está) escapando entre los dedos o entre los productos de consumo que tenemos entre los dedos.

Esta crisis es un toque de atención para dar valor a lo que en la vida humana importa, a la vida inalienada. Los productos, los anhelos de productos, de artefactos de distracción y de status no nos conducen a nada significativo de ser vivido, y nos conducen a la destrucción de esa parte sublime, ahora amordazada, del ser humano y del planeta y sus especies.

Juntar a todos los de tu familia en tu caja de protección, de manera obligada, para salvar la vida, nos obliga a su vez a convivir, a vernos todas las horas del día, a interactuar quieras o no, a ver cosas de los tuyos que no habías visto antes, a que se produzcan situaciones que nunca antes se habían producido, a conocer reacciones y talentos que nunca antes habías visto. Es una explosión en cada caja.

Es una oportunidad, difícil, pero oportunidad. Quizás podamos dar un vuelco a nuestra percepción de la vida y a nuestra percepción del sistema al que damos vida dando la vida y por el que se nos va la vida. Quizás es ésta una de las últimas oportunidades que la Tierra nos da para cambiar de rumbo, de mirada, de sentido, de relación, de relación con nosotros mismos, con nuestras familias, con las comunidades, con el sentido político, con los campos, los mares y las especies, con nuestra manera de producir alimentos…

22/3/20

La tristeza se asoma por las ojeras. Todo parece triste. Tan vulnerable. Cuando vas a mucha velocidad, tienes la seguridad de que la vida no se puede parar, de que, por ir deprisa, no das lugar a la muerte para subirse a la vida. Pero la vida, la de siempre, se ha parado en seco, nuestra forma de vida, porque se está filtrando la muerte. Pero nuestra forma de vida “normal” –a la que queremos volver- es tóxica. Mortal. Para nosotros, para el sistema humano y para el ecosistema. Paradójicamente, es la velocidad la que nos está matando. A más velocidad, más recursos, más energía, más materiales y más vidas sin sentido se necesitan y más y más y más… nos desviamos de la vida digna de ser vivida.

24/3/20

Pasan los días. Está muriendo demasiada gente. Ya conocemos a personas contagiadas o con contagios en sus familias. Ya caen famosos. La epidemia ya no es anónima. Ya no son sólo cifras, cifras cada vez más escalofriantes.

26/3/20

Estoy más triste. Noto la ponzoña de la desinformación, de la mentira, de los bulos de quienes aprovechan para desestabilizar.

Tengo ganas de gente amiga.

30/3/20

“Lo acabo de traer a casa: es una alegría muy grande” (una amiga). Es una alegría muy grande para todos. La alegría, entre tanta muerte invisible desde casa, también se contagia. La alegría ya no es privada. Tampoco la tristeza. Se han socializado las emociones, aunque, por la distancia, no se puedan compartir. Será porque son emociones comunes, iguales, ante circunstancias semejantes y que lo sean, a mí me resulta emocionante. Hace sentir pertenencia con lo humano y entre los humanos. Descubrimos que sí, que hay emociones colectivas que no se pueden dejar de sentir. Quizás por eso somos tan manipulables.

El ginko, el pruno y la acacia están echando sus primeras hojas. Empezaron al comienzo de la cuarentena, al comienzo de la primavera. La adelfa está podada y los mirlos picotean en la hierba entre las margaritas pioneras de este año. Los pájaros trinan y los gatos husmean su territorio, ajenos a todo. Quizás extrañados de no ver gente. Quizás contentos de no ver gente. Quizás contentos de respirar un aire mucho menos contaminado. La naturaleza a lo suyo y nosotros a lo nuestro, por unos días. Nos hemos confinado y la naturaleza descansa, tiene vacaciones de nosotros…

2/4/20

Nos habituamos. Está reventando el mundo y seguimos confinados. Sin embargo, el paisaje, el que vemos a cada minuto, es lo que percibimos como más seguro: nuestra guarida. Todos nuestros objetos conocidos, cotidianos, las fotos de los nuestros, los espacios de intimidad, nuestros cajones, ahora revisados para descubrir recuerdos olvidados, nuestros cacharros, los adornos, los nuestros, las voces, los tonos de familia, los olores… refugiados en el hogar seguro, el que nos da impresión de seguridad. No hay ningún lugar más predecible. El mundo tiene espasmos, vemos claro que, con poco, el sistema se desmorona porque es altamente vulnerable. Vemos que hay mucha gente que está muriendo y otra arriesgando la vida, y mucha gente que se ha quedado sin trabajo y sin ingresos y mucha gente que no tiene donde meterse para protegerse y, paradójicamente, nuestros sentidos sólo perciben estímulos de normalidad, de seguridad, los que nos proporciona la guarida, nuestra casa, nuestro refugio de intimidad y de calor.

Es una contradicción psicológica. Es una disonancia cognitiva. Probablemente nunca nos hemos sentido más amenazados que ahora atrapados en nuestros espacios más seguros. Probablemente porque la seguridad, la seguridad de vivir (sentir la sensación de estar viviendo) y de sobrevivir, no se adquiere sólo en los espacios de calor, echando el cerrojo. Se anhela y se gana también en la intemperie. En libertad. En la calle, en la relación, en el compromiso. La libertad mayor se adquiere con la menor presencia de miedo. La comunidad, las relaciones, las solidaridades son también nuestros espacios de seguridad, de alegría, de refugio moral, de valor y de valentía.

Hemos perdido la libertad. De repente. Porque otros están perdiendo la vida. Y, por otra parte, en el refugio, podemos hacer lo que nos dé la gana…, otra paradoja. Hacer cosas que antes, aunque quisiéramos, no podíamos hacer porque la tiranía de la vida “en libertad” nos impedía hacer. La forma de vida basada en el crecimiento nos ha dado la libertad de consumir, pero no de hacer uso de nuestro tiempo vital, porque nuestra forma de vivir “libremente” consiste en no tener tiempo o tener un tiempo de libertad tasado, interpretado por el capital como tiempo de consumo. O bien para consumir cualquier producto necesario o no, o bien para consumir productos de ocio inducidos. Así que el tiempo libre, el tiempo de libertad, tampoco es tan libre; es tiempo de sometimiento.

5/4/20

Han añadido 2 semanas más de cuarentena. Hasta el 25 de abril. Todos sabemos que será más larga. El sentimiento es doble: uno: ¿aguantaremos sin las relaciones queridas que provisionalmente hemos perdido y sin acercarnos a la naturaleza?; dos: el terror que la cuarentena termine previendo que el planeta se va a poner en marcha y se va a poner a correr igual o más que antes para recuperar la economía y los beneficios; estamos cada vez más cerca del suicidio.

¿Es demasiado ingenuo pensar que es posible otra manera de vivir, de producir, de colaborar y de respetar a las personas y al medio ambiente? ¿Es demasiado ingenuo pensar que esta crisis va a hacer plantearse otra manera de organizar el sistema? Sí. Es absolutamente ingenuo, pero no puedo dejar de tener una ligera esperanza. Por ligera o evanescente que sea, hay que pelear por ella. Esta es la guerra. El coronavirus no lo es. Esta es la verdadera guerra. Porque ¿quién ha dicho que no hay enemigos?; los acaparadores, los acumuladores, los extractores de fuego y hielo son los enemigos.

17/4/20

Estamos preparando en DHO un vermú para hablar de lo que cambia la crisis del COVID y de lo que nos cambia y aprendemos de ella.

Me han dicho que Itamar Rogovsky dice que todas las organizaciones, después del COVID 19, serán dinosaurios.

Mis sensaciones son neblinosas. Mis pensamientos nebulosos. Mis sentimientos brumosos. La gente miedosa. Mi sangre fluye espesa. Los tiburones huelen la sangre. El ritmo lechoso… Y el cambio del mundo vertiginoso, y sus fenómenos precipitados, invisibles como una contaminación radiactiva. Estoy aturdido.

Y los retos…, ¡colosales! Y el futuro descarnado. ¿Qué anclajes nos quedan entre las instituciones y las organizaciones jurásicas? ¿Qué anclajes se pueden salvar de un mundo desbocado, desorientado?

Todo se puede salvar, hemos avanzado mucho: la técnica, la ciencia, las disciplinas humanas, el servicio social, el pensamiento, las artes, el conocimiento del gobierno de los cambios, la ética, la esperanza, el bienestar social, la tecnología, los sistemas públicos, los sistemas colaborativos… pero sólo si todo ello se gobierna desde la bondad, la verdad y la justicia. Sin dejar a nadie atrás, respetando la casa en la que vivimos.

Parece que es imprescindible compartir un nuevo ideario, una nueva visión social colectiva. Hay que recomponer las metas y organizarnos. Reformular los métodos y las herramientas de lucha. Sincronizar las agendas de los fines de los movimientos que vienen construyendo un mundo diferente: el eco-planetario, la igualdad de géneros, la igualdad social, la igualdad de los pueblos, la democracia con auténtica libertad de pensamiento y de expresión, el antifascismo, la revolución relacional y emocional, el valor de los cuidados, la economía del bien común, la devolución de su tiempo a las personas…

Las fuerzas capitalistas y fascistas no van a repensar un mundo diferente. Van a intentar aprovechar este momento para acumular más riqueza aprovechando la crisis y esquilmando el planeta y la dignidad humana.

Hay que pasar a la ofensiva.

18/4/20

Se despejan los objetivos. O se descarnan. Nos quitamos el velo. Sentimos y vemos con claridad lo que no tiene trascendencia para la vida. Y todo lo que no tiene trascendencia para la vida está vinculado al tener, al consumir, al frivolizar, al individualismo, al egoísmo; y lo que se vincula con la vida está relacionado con el ser, con el co-sentir, con el compartir, con el amar, con el cuidar y con el ayudar.

Y sí, esto es ideología. Dedicar los alientos de vida por lo obvio, por lo que, en lo esencial, tiene poca discusión, por lo sensato, por lo racional, por lo que no nos aliena, nos sitúa en un bando ideológico. Los neofascistas nos etiquetan en un bando político depravado. Fagocitan y utilizan todos los valores y nos sitúan frente a la libertad (manda güevos), frente a la democracia. Son los conservadores (de su riqueza y de sus privilegios), o sus lacayos, los enemigos de los conservacionistas. Pero los conservacionistas (de la naturaleza y de la dignidad humana) no estamos por conservar el estatus de quienes están llevando a la muerte al planeta y a sus habitantes.

Orientar los esfuerzos colaborativos hacia la dignidad y la ética en el cuidado de las personas mayores, de las personas con discapacidad, de las personas más vulnerables y trabajar por su inclusión; movilizarse por la no extinción de las especies y por la biodiversidad y por este hermoso planeta; indignarnos y movilizarnos también ante la asesina violencia machista y trabajar por la igualdad real y por otra relación igualitaria entre géneros; confrontar la intoxicación y la constante manipulación de los medios y de las redes sociales controladas por los poderosos; demostrar sin descanso y con rigor la destructiva y criminal desigualdad en la distribución de la riqueza, entre personas y entre pueblos; proponer, no el suicida crecimiento económico, sino el decrecimiento paulatino, sostenible, cuidadoso con el medio ambiente y la redistribución justa de la riqueza; denunciar las políticas sobre migración de los países ricos; descartar cualquier gesto de supremacismo, de racismo, de xenofobia…; posicionarse sobre un modelo que eduque en igualdad, en valores, en el cultivo de talentos, en competencias personales y relacionales, en ciudadanía…; apostar por las comunidades de los afectos y de la colaboración, por las redes solidarias basadas en el bien común, y experimentar un sistema de relaciones en el que todos aportemos solidariamente, lo que sabemos, lo que inventamos, lo que tenemos…

Todo esto, sí, es ideología. Y orientar las energías y generar complicidades hacia todo esto significa hacer una apuesta política. Y es hacia todo esto, porque estas aspiraciones esenciales conforman un todo, un paquete difícilmente fragmentable porque ir contra cualquiera de sus partes no resistiría un mínimo análisis de coherencia. Y, aunque todas se tornan urgentes, algunas no aguantan un minuto más de demora. La respuesta ha de ser inmediata. La pandemia es un aviso.

Pero, atentos, porque los pervertidos ya han clasificado esta ideología, estas posiciones de justicia, en un bando político dibujado con trazos dictatoriales o populistas o bolivarianos, porque es falaz (sus ideólogos lo saben bien, aunque sus acólitos lo crean).

21/4/20

Confinamiento decretado hasta el 10 de mayo. Pasan los días, las semanas… El ginko está muy hermoso. Ha poblado todas sus poderosas ramas. Es alto, robusto. Dará buena sombra este verano. Hablar del ginko evoca a los ciclos estacionales y pausados de la naturaleza. Pero a todas se nos ha hecho una bola en la garganta que no nos permite ni llorar, sabiendo que los procesos estacionales no van a ser los mismos que se han sucedido durante milenios, que no sabemos cómo se va a comportar el clima, que no sabemos si toca sequía o inundación…

Somos una generación tan estupefacta ante tantos desastres que hemos preferido orillarlos. Olvidar lo inolvidable. Porque está ahí, ahí está, lo inolvidable, lo innegable, lo evidente.


24/4/20

Los colectivos que comparten habilidades, conocimientos y experiencia de cambios nos hemos de unir y trazar proyectos para afrontar la crisis de la humanidad. La comunidad del DO también tiene, creo yo, esta responsabilidad.

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